Hacia un espacio urbano transhumano

Hacia un espacio urbano transhumano

Según el filósofo Luc Ferry, estamos totalmente integrados en una estructura de cambio radical a la que llama la revolución transhumanista, una especie de realidad social dominada por la ubicuidad de la tecnología, y el abismo que se atisba a partir de la llegada de una tecnomedicina que nos va a permitir en breve, entre otras cosas, decidir sobre los últimos aspectos que quedaban en manos del destino, a saber, la dominante de un gen o la posibilidad de incidir en el carácter de un hijo, la definición del potencial de inteligencia de un descendiente, o aspectos que por ser quizás más banales no dejan de ser simbólicamente perturbadores como el color los ojos, del pelo o de la piel. En definitiva, parece que estamos ante la eclosión de una post-raza humana, diseñada para rebasar los límites de la fisiología, los límites de la inteligencia y los límites, dicho en crudo, de la humanidad media en todos los aspectos. Una especie de humanidad aumentada que irá en evolución con la una realidad aumentada.

No por más llamativos, estos aspectos abren una encarnizada discusión ética de primer nivel, pero no son estos, en todo caso, los elementos clave que van a transformar la realidad cercana que nos rodea.

El ramillete de posibilidades que va a cambiar la faz urbana de la tierra es el que íntimamente está relacionado con el marco temporal en el que el ser humano va a desarrollarse en breve. O dicho más llamativamente, vamos de cabeza hasta llegar a una inmortalidad técnica, donde a cada año natural de vida de un ciudadano, le va a corresponder estadísticamente el aumento de un año en la esperanza de vida.

Hagamos cuentas, en todo el siglo XX, es decir en 100 años, la esperanza de vida ha aumentado 25. O lo que es lo mismo, en la carrera hacia una inmortalidad distópica, hay que mover el cursor un 25% del tiempo transcurrido en la forma estadística del concepto esperanza de vida. En el avance alocado de las tecnociencias, algunos autores cuentan que solamente en lo que llevamos de siglo XXI, el cursor de la esperanza de vida se ha acercado aceleradamente al 50%. En otras palabras, por cada dos años de vida, podemos sumar estadísticamente a nuestra esperanza de vida un año entero.

Si esta aceleración desmedida es solamente la antesala de una serie de avances científicos que no van a hacer otra cosa que aumentar ese cursor, podemos imaginar que efectivamente debemos empezar a pensar que la ciudad, el mecanismo principal de nuestra interacción como seres sociales, va a quedar superado por la acumulación incesante de ciudadanos que lejos de dejar paso a nuevas generaciones, van a resistir hasta una supuesta eternidad.

O desde otro punto de vista, una vez la mayoría de humanos viva en entornos urbanos, al completar el fenomenal trasiego de personas que residían en entornos agrícolas, y que han pasado a vivir en megápolis, las ciudades, lejos de parar su crecimiento, verán incrementada su población por la acumulación de generaciones.

Para entenderlo de forma gráfica, no parecerá extraño que hablemos en un futuro de bisnietos, con la naturalidad que hoy hablamos de abuelos.

Toda esta bifurcación disrupción tecnológica suena a una gran distopía, pero una gran mayoría de corrientes transhumanistas, lejos de promover preventivamente una regulación tecno-ética, están centradas en revertir toda innovación posthumana, a un perfeccionamiento tecnológico que opera principalmente en la mejora individual de la especie.

Frente al transhumanismo, ya surgen bioluditas que abogan por desacelerar la velocidad de transformación tecnológica y revertir en lo posible aquellos procesos que atentan a la modificación de lo que comúnmente llamamos natural.

En todo caso, me parece interesante reposicionar algunas preguntas pertinentes que desde la arquitectura y el urbanismo debemos hacernos, bajo la óptica de una batalla en ciernes entre un desarrollo tecnológico aceleradísimo, o una voluntaria ralentización de la tecnología. Y sobre esa óptica mirar de nuevo que hacer en nuestras ciudades.

No es este ni el lugar, ni tengo la capacidad, en tanto que pre-transhumano, para alargar esta discusión, pero me parece muy pertinente sacar un tema clave para nuestro futuro como especie, teniendo en cuenta que no he sido capaz de encontrar una reflexión pausada acerca de espacio urbano propio de un supuesto devenir transhumano, ni he podido aún leer alguna reflexión al aire, aún menos en la academia, siempre tan lejana y desorientada con la realidad, que ponga algunos puntos de luz sobre un modelo de desarrollo urbano que tenga en el transhumanismo su lógica de crecimiento.

En otras palabras y para resumir mucho, si Le Corbusier hablaba a principios del siglo XX de la vivienda como una máquina de habitar, el transhumanismo podría, para hacer un paralelismo, proponer el propio ser humano como esa máquina de habitar, eso sí, hegelianamente hablando, de habitar en sí. Se podría así dibujar un espacio urbano transhumano como una reunión ingente de individuos-máquina, viviendo en múltiples capas superpuestas, con capacidades infinitamente aumentadas. Una ciudad que hemos visto con admiración distante en dibujos o películas de ciencia ficción, pero que hoy hiela la sonrisa, cuando entendemos que la ficción empieza a virar en una posibilidad real y de repente Blade Runner se hace tangible.

En la imagen, el fotograma final de El Planeta de los Simios de Franklin Schaffner, basada en la novela homónima de Pierre Boulle.

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