Expandir la Arquitectura

Expandir la Arquitectura

En un conocido texto de Rosalind Krauss escrito a finales de los años 70, Sculpture in the Expanded Field, la crítica y teórica del arte se proponía localizar y analizar la prácticas de vanguardia de la escultura contemporánea, a través de los trabajos de Richard Serra, Robert Smithson, Mary Miss y Donald Judd. Todos ellos mitos de una época en que el arte han trascendido más allá de sus fronteras disciplinares y han influido de forma significativa en la arquitectura.[1]

A parte de consideraciones estéticas, el trazo común en el recorrido de los escultores mencionados es que sus trabajos cruzaron el límite de la escultura tradicional y entraron en el reino de la arquitectura y del paisaje, de la mano de una producción que Kraus clasificó como construcciones de un lugar, lugares significados, earthworks y estructuras axiomáticas.

En una especie de proceso continuo de expansión, los límites entre el arte y la arquitectura, entre el arte y el paisaje y entre el paisaje y la arquitectura, describiendo una geometría transitiva de relaciones, no han hecho otra cosa que hacerse permeables y borrosos en las últimas décadas, dando lugar a una serie de trabajos que llamamos instalaciones, cuyas trayectorias conceptuales, espaciales y materiales han creado una red expandida de relaciones entre estos dominios, antes enclaustrados en su tradición disciplinar.

Al mismo tiempo, algunos lugares de encuentro han dado fuerza y visibilidad a ese nuevo territorio, tales como el PS1 program impulsado por el MoMA de Nueva York, la conocidísima cita anual del Serpentine Gallery en Londres y las Bienales de Venecia de arte y arquitectura, intensificando así la producción de instalaciones arquitectónicas desde estas plataformas de lanzamiento creativas.

Estas exploraciones en el límite han contribuido al avance de la investigación arquitectónica pero a su vez han contribuido a la redefinición y el progresivo desarrollo del territorio disciplinar de la misma, permitiendo a los arquitectos adentrarse en nuevas y sugerentes ideas espaciales y tectónicas, experimentando con estrategias tecnológicas emergentes y destilando innovadoras condiciones perceptuales y sensuales sin las tradicionales imposiciones derivadas de la permanencia o la utilidad de los usos habituales de la arquitectura.

Entrados de lleno en la segunda década del siglo XXI e instalados en un modelo de cambios constantes y transformaciones que centrifugan la práctica arquitectónica a todos los campos de la ciencia, parece que deberíamos volver a expandir de nuevo el campo de la arquitectura, pero esta vez más allá de marco de lo estético y sin perderlo de vista, adentrarnos en el vasto territorio de lo social. O mejor aún, expandir la arquitectura a una dimensión socioestética, que lejos de operar sobre el cadáver de un pasado inactivo, se propaga con fuerza sobre una realidad interactiva donde el sujeto social adquiere una nueva centralidad.

En otras palabras, conceptualmente la arquitectura debe desbordar no solamente su límite disciplinar tradicional, sino que también debe desbordar el marco aspiracional donde se circunscribe, sea este el estético o el técnico, para, de una manera radical, revolverse sobre su centro de gravedad, la ciudad y los ciudadanos.

Para ello, aventuro tres ejes principales de innovación y desborde.

Reprogramar la ciudad.

El objeto que aglutina la masa social de individuos, la ciudad, especialmente la ciudad densa, debe poner al día su usos para dar una cabida serena a la avalancha de cambios que surgen por activa y por pasiva. Repensar la unidad de vivienda y adecuarla a nuevos perfiles sociales como son las familias monoparentales, las células trasngeneracionales o la demanda de vivienda en transición o coyuntural es a día de hoy irrenunciable.

Igual de clave es la transformación del puesto de trabajo como una extensión doméstica del habitar contemporáneo. Efectivamente la proliferación de espacios transdisciplinares y/o de co-working se enroscan en el tejido urbano con necesidades específicas de concepción y aplicación, con sorprendentes y vivificantes resultados tanto a nivel individual como a nivel urbano. De repente los tradicionalmente llamados edificios de oficinas, se comportan como un equipamiento de barrio, con la capacidad de aglutinar socialmente grupos humanos diversos, pacificar tensiones de clase y lanzar económicamente zonas deprimidas o acalladas.

En la lista de necesidades de programas a revisitar y reprogramar se sitúa también el comercio masivo, las grandes superficies comerciales y los malls. Hoy día pensar en esta tipología de unidades cerradas y centradas en lo estrictamente comercial es claramente un atraso intelectual y económico flagrante. El comercio debe volver a su función de hub de intercambios, creando espacios donde intercambiar dinero, tiempo o conocimiento, los tres ejes principales de intercambio, donde se transforme el objeto consumidor en un sujeto prosumidor, consumidor y productor a la vez. Los fablabs, las zonas makers y la tienda activa son células regenerativas del comercio y el intercambio que deben construirse a caballo del comercio de proximidad y de unidades de mayor tamaño en constante implicación con el resorte urbano de la ciudad.

No hace falta decir aquí, que lejos de comportarse como ejes programáticos cerrados, cada uno de estas tres direcciones deben hibridarse entre si, creando auténticos transformers urbanos.

Estos ejes, de los cuales se desprenden múltiples y excitantes consecuencias, definen una reprogramación urbana fundamental, una reinvención de la ciudad sobre la propia ciudad y un vector fundamental de innovación social.

Como si de un viejo software se tratara, la ciudad debe hacer un profundo update de su tejido a través de nuevos programas. En ese update la esencia de lo urbano se juega no solamente la puesta al día, sino que me atrevería a decir que se juega su supervivencia.

Tecnificar la envolvente.

Hasta hoy, la tecnología y la utilidad de la misma iban por caminos claramente separados de lo disciplinar arquitectónico. Lejos de aliñar y dar gustos nuevos a la experiencia del espacio, lo tecnológico no salía de las pantallas del ordenador, o de forma invisible, cableaba las tripas de una arquitectura en manos de la ingeniería.

Hoy ya no puede ser así. La tecnología está sobrepasando todos los límites de nuestra realidad diaria y por consiguiente no va ha hacer otra cosa que hacerse espacial y tectónica. Ya sea a través de las necesidades energéticas que tienen como objetivo prioritario el consumo 0 de energía, y por tanto la autonomía energética plena de los edificios o por la vertiente informacional que transformará cualquier fachada de un edificio en una pantalla de relaciones interpersonales, o en una superficie de información esencial para la gestión de lo urbano.

La tecnología hará de un edificio un artefacto expandido de las necesidades de los ciudadanos. Ya no se trata de ciencia ficción, o excitadas aventuras tecnófilas, estamos hablando de utilidad y necesidad combinadas en la envolvente de un edificio cualquiera que sea su multiprograma. Tecnología escalable, reconfigurable, de código abierto y pensamiento contrastado, de utilidad fundamentada y fundamentalmente necesaria.

Repensar el subsuelo.

Si asimilamos que cada edificio es un nodo, el suelo, la cota 0 y el subsuelo, es la red que interrelaciona tanto el edificio un contiguo como un edificio que se sitúa a miles de kilómetros. La necesidad de una ciudad plug and play es una consideración radical que nos fuerza a pensar en términos infraestructurales. Cierto es que resulta muy costoso invertir en una realidad invisible. Pero en términos estratégicos, solamente aquellas ciudades con un suelo y un subsuelo inteligente serán las resilientes, las adaptables, las que tendrán la posibilidad de convertir los problemas en virtudes. El pacto hacia una verdadera arquitectura expandida empieza por abajo, de abajo hacia arriba, bottom-up, socialmente, tecnológicamente y económicamente.

Abrir las tripas de la ciudad a una exigencia de lo útil, abrirla a una infinidad de posibilidades que involucran la movilidad, la conectividad, el modelo medioambiental, en definitiva lo que canalizará la inteligencia de una ciudad y la apertura del ámbito de lo posible para sus ciudadanos es más que necesario, es vital. Me atrevería a decir que no hay un revulsivo social hacia un entorno menos desafinado y una realidad más equilibrada y justa sin un replanteo profundo de la lógica infraestructural.

Todo esto, vale remarcar, no tiene sentido si no se abre en bloque al sentir, y no solamente al pensar. Quiero decir, el campo más fundamental sobre el que la arquitectura debe expandirse es el campo de la emoción, de la inteligencia emocional, del sentir con la cabeza y pensar con el corazón.

En fin, soy de la opinión que no hay una expansión posible hacia una nueva arquitectura, si no hay previamente una expansión necesaria hacia un nuevo tecnohumanismo.

En la imagen una obra de Antony Gormley, Expansion Field de 2014, 60 esculturas en acero cortén.

[1] Parte de esta reflexión proviene de BERMAN, Ila and BURNHAM, Douglas, Expanded Field; Installation Architecture Beyond Art, Applied research and design Publishing, 2015, Novato, San Francisco Bay Area

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