Consistencias

Consistencias

En una entrevista reciente de Anatxu Zabalbeascoa al presidente del jurado de los premios FAD 2015, Víctor López-Cotelo, este declaraba: la arquitectura necesita inteligencia, de manera que la belleza sea una consecuencia natural de sus valores. La arrogancia suele acompañar de cerca la ignorancia. Eso vale para cualquier país. El festejo hortera pretencioso no tiene que ver con saber disfrutar de la vida en cada momento.[1]

Junto a estas palabras la periodista escribía, a lo largo de los años, y lo largo de la historia, el Premio FAD de arquitectura ha defendido una idea de la arquitectura basada en la inteligencia y no limitada a los efectos visuales y al componente formal de la disciplina.

Hoy día parece claro, o al menos, suscita suficiente consenso, que la arquitectura que se dedica a la especulación formal sin más reflexión ni atributos que ese juego egocéntrico de la forma por la forma esta totalmente desacreditada, tanto en la academia como en la profesión. Y no me refiero a un descredito local, producto de una crisis singularmente cruel, como podría argumentarse que ocurre en la península, sino que esta arquitectura, ayer masivamente aplaudida, es hoy puesta en tela de juicio en todo el mundo. Desde las nuevas practicas del continente asiático, con algunos arquitectos indios a la cabeza, pasando por la cuna hitech de Los Angeles o Londres, a la seriedad de las nuevas coordenadas arquitectónicas nórdicas y centro europeas, o incluso la voluptuosidad cultural de las latitudes suramericanas, el formalismo vacío de contenidos o dicho de otra manera más grafica, la mera eyaculación formal está difusa en el descrédito y una cierta atmósfera de naftalina.

En todas las escuelas de arquitectura, al menos, en todas las principales, el diseño paramétrico, o ha evolucionado hacia posiciones más abiertas, introduciendo consideraciones y mapificaciones de raíz social, cultural o tecnológica, poniéndose al servicio de lo otro, o directamente ha pasado a formar parte de un mero procedimiento para el desarrollo de situaciones específicas de proyecto. En todo caso, lo que antaño definíamos como diseño paramétrico, ha pasado de tendencia y moda a una cierta sensación de retiro debido a su inconsistencia.

Es decir, el diseño paramétrico especulativo ha caído en el olvido, y en su lugar han aparecido cientos de FabLabs que permiten customizar un producto, que abren a una gran masa social, la posibilidad de llegar incluso a hacerte tu propia vivienda[2] o simplemente ponen el software que permite el desarrollo de formas arquitectónicas complejas al servicio de una lógica de ámbito superior, que en palabras de López-Cotelo podríamos resumir en ponerse al servicio de una buena dosis de inteligencia.

El resultado de la retirada del mundo fashion, ha venido acompañado con la proliferación de críticas feroces, a media voz en muchos casos, al empecinamiento irresponsable de figuras en otro momento totémicas como Zaha Hadid, Frank Gerhy o Santiago Calatrava, por su terquedad en seguir promoviendo una arquitectura vacía de contenidos culturales, sociales, económicos, políticos o tecnológicos. Toda las prácticas que preservan una visión de la arquitectura como una obra de arte, y por tanto sujeta a la absoluta subjetividad del autor y porqué no decirlo, a su capricho ególatra, están quedando caricaturizadas, a veces con sorna, otras con crueldad.

De hecho es curioso dibujar el mapa geográfico donde este tipo de arquitecturas todavía tienen una cierta vigencia, y nos daremos cuenta que conforman un conglomerado de democracias dudosas, de sociedades donde algunas de ellas, apenas hace 20 años, se situaban en el límite del subdesarrollo, o directamente dictaduras de nuevo rico, sin poso cultural, ni social, ni de hecho, económico. Ese es el descredito que conlleva la inconsistencia arquitectónica que promueve la simplista idea de la especulación formal sin los atributos propios de los genuinamente arquitectónicos.

La arquitectura avanza. Hoy quizás más que nunca, avanza por la cantidad de profesionales que se dedican a ella en el mundo entero, ya sea por las dificultades que atraviesa nuestra profesión. Ya saben, ante las dificultades, surge la creatividad, el ingenio y la inteligencia.

En realidad, creo que de las dificultades surge la consistencia de nuestra profesión.

Por supuesto, eso no quiere decir que ahora no estemos rodeados de peligros intelectuales a la hora de repensar la consistencia de la arquitectura. Igual que me parece frívolo, deleznable e inconsistente el irresponsable ejercicio de especulación formal a partir de un software más o menos complicado, me parece igual de inconsistente el alegato constante que se hace a la austeridad por principio, como si el hecho de que una arquitectura fuera austera en sus materiales y en sus formas ya comporta un estándar de calidad.

No seamos mezquinos ni reduccionistas, hay proyectos, que por su contexto urbano, su programa, su relación con el entorno natural y sensorial, que por su inserción en un tejido social determinado y por muchas razones más, deberán convertirse en un ejercicio de contención formal y material, deberán fomentar un uso responsable de un presupuesto mínimo, o deberán integrarse sin gritar, ni alardear de sus formas. En cambio, por razones totalmente opuestas a las anteriores, en otro tipo de proyectos se deberá promover una lógica formal más icónica, totémica y voluptuosa, y se deberá dotar económicamente ese proyecto para que pueda erigirse y construir así toda la carga simbólica que el proyecto requiere.

En medio de estos dos supuestos extremos, por suerte, se sitúan todas las infinitas gamas de grises que la inteligencia del arquitecto deberá ser capaz de concretar, dando una poderosa consistencia al proyecto y permitir que hablemos de arquitectura y no de caprichos subjetivos provenientes de un lado u otro del charco del reduccionismo.

Es interesante hacer notar que en ambos casos, tanto en el proyecto inteligentemente contenido, como en el proyecto sensiblemente voluptuoso, el común denominador es la aparición disruptiva de la ética a la hora de proyectar. En otras palabras, lo que podemos aventurar es que la ética proyectual, debería liderar la consistencia de nuestros proyectos, de nuestras docencias, nuestras reflexiones y nuestras obras.

Dicho de otro modo, la arquitectura consistente es mucho más compleja que el reduccionismo de especular con la forma, o el mismo reduccionismo de negarle toda forma posible, reduciéndola a una caja de zapatos. Y esa complejidad viene de la mano de una reflexión ética. Ética con la sociedad, con el medioambiente, con la economía, con la cultura, en definitiva, con la política, en tanto que habitantes de la polis.

La arquitectura, por suerte, nos supera; supera a los arquitectos que la piensan, supera el tiempo en que está pensada, supera al propio programa con la que fue concebida y queda integrada y por tanto superada por la realidad urbana que la acoge con una historia y un futuro sin fin.

Si dejamos que la arquitectura quede reforzada con una propuesta ética de calado, si la dotamos de una buena dosis de inteligencia, podemos quedar mínimamente tranquilos. La hemos construido con la necesaria consistencia para resistir tan largo recorrido.

En la imagen, uno de los accesos a la Facultad de Arquitectura de la UNAM en México DF. Fotografía propia.

[1] Ver el artículo completo en http://blogs.elpais.com/del-tirador-a-la-ciudad/2015/05/el-premio-fad-2015-al-rescate-de-la-arquitectura.html

[2] http://www.wikihouse.cc

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